Soledad, SLP.- Mi vida cotidiana transcurría normal,- cuenta Ángel Ruiz Medina. Como todos los días, me levanté temprano para trabajar y recibir a cambio de una jornada de 12 horas el salario mínimo, sin compensación alguna y sin derecho a la seguridad social. Me bañe y me dispuse a disfrutar el modesto desayuno que acostumbradamente me preparaba mi esposa, lo disfruté y salí dispuesto a laborar y obtener el sustento para mi familia compuesta por cinco hijos y mi mujer.
Por mi mente nunca cruzo la idea, ni mucho menos la posibilidad de que mi vida cambiaría, ni para bien ni para mal. Como siempre, saque del patio mi bicicleta que adquirí con gran esfuerzo, me despedí de mi señora y de mis críos y me monte en ella para trasladarme a mi trabajo en el ramo de la construcción. Nunca imaginé que el destino me jugaría una mala.
Al circular por una de las calles principales de la cabecera municipal, un conductor, de esos que seguramente llevan mucha prisa porque se les hizo tarde para llegar a su trabajo, o llevar a sus hijos a la escuela en automóvil, no frenó y no observó que yo transitaba por la avenida. Solo recuerdo un fuerte impacto contra el piso, porque perdí prácticamente el conocimiento y no supe de mí, sino hasta que me encontraba en una sala de urgencias.
Ahí, lo médicos me dijeron que había sufrido un fuerte golpe que me había producido una inflamación en la columna vertebral. Oficialmente el diagnóstico fue denominado T-4, algo que por supuesto yo no entendí, sino al momento que me explicaron que ya no volvería a ser el mismo, porque ya no podría caminar ni mucho menos trabajar, a menos que me sometiera una terapia profesional y costosa por el tipo de medicamento utilizado y que sirve para flexibilizar los huesos y los músculos.
Esto que narro, ocurrió hace exactamente un año y medio. Pero ese no fue el único infortunio y desgracia en esta etapa de mi vida. A los tres meses de mi accidente, mi esposa falleció, enlutó y entristeció nuestro hogar. La tragedia me agarró en medio de esta fuerte crisis que se agrandó por la falta de dinero al quedarme solo con mis 5 hijos, enfermo, incapacitado e imposibilitado para trabajar y lograr el sustento de mis hijos.
Para fortuna mía, un compadre me recomendó acudiera a la Unidad Básica de Rehabilitación UBR del municipio de Soledad. Ahí, he recibido durante todo este tiempo el apoyo de Fisioterapeutas profesionales que se entregan en cuerpo y alma para atender y apoyar a personas que como yo adolecemos de una incapacidad.
Mi vida cambió, es cierto, pero después de la tragedia y el dolor, ahora encuentro la oportunidad de rehabilitarme gracias al respaldo de personal especializado que me ha dicho, que el medicamento que se utiliza para tratamientos como el mío, es altamente costoso, pues un frasco de toxina tiene un valor en farmacia de entre 5 y 8 mil pesos con 100 unidades y para mi caso, es preciso inyectar una cantidad de 400 unidades.
Desde luego que no tengo dinero y es un tratamiento que por lo menos se lleva 4 meses. Tampoco estoy pidiendo para mí, pues en la UBR acuden 8 personas en las mismas circunstancias que yo y que requieren del apoyo de gente noble como lo son los soledenses, a quien desde esta narración les convoco a que participen en el “Kilometro de Plata” que organiza la institución y el DIF municipal para poder aligerar la compra del costoso medicamento.
Sé que los soledenses tienen el corazón tan grande como lo es nuestro municipio. Su nobleza y capacidad de solidarizarse ha sido la muestra de su entereza y convicción de ser cada vez mejores. Nadie está exento de una tragedia como la mía y por ello siempre es preciso valorar lo que tenemos y a veces perdemos. Ojalá tengamos una buena respuesta de ustedes.