México. – Enclavado en la mixteca poblana, en el municipio de Zapotitlán Salinas, se encuentra Los Reyes Metzontla, una pequeña comunidad que guarda un tesoro cultural milenario: la alfarería bruñida, una técnica artesanal que ha sobrevivido al paso del tiempo y cuyos orígenes se remontan a siglos antes del nacimiento de Cristo.
Allí habita el pueblo ngiwa, cuyo nombre significa “habitantes o dueños de las llanuras”, herederos de un legado que combina arte, historia y supervivencia. Con sus manos, trozos de tela y cucharas de aluminio aplanadas, los hombres y mujeres de esta comunidad dan vida al barro, moldeando no solo utensilios y piezas ornamentales, sino también su propia identidad.
El artesano Julián García Morales cuenta que la alfarería de su pueblo es “tan antigua como la tierra que pisan”. Investigaciones geológicas han confirmado que las técnicas que utilizan los ngiwa datan de muchos siglos antes de Cristo. “Nuestros abuelos nos enseñaron todo: desde cómo extraer el barro, la peña y el talco —materiales que son patrimonio del pueblo— hasta cómo darle brillo con cuarzo. Es nuestro modo de vida y nuestra herencia”, relata.
El oficio del barro es el sustento de aproximadamente el 90 por ciento de los cuatro mil habitantes de Los Reyes Metzontla. Allí, la competencia no existe: las familias trabajan juntas, comparten hornos, intercambian piezas y se ayudan mutuamente. Esta solidaridad, moldeada por generaciones, ha permitido que la tradición se mantenga intacta.
Los ngiwa elaboran cada pieza completamente a mano. A diferencia de otros talleres artesanales, no usan torno ni moldes; todo se hace “a pulso”. Primero se extrae el barro de los cerros cercanos, dentro de la Reserva de la Biosfera Tehuacán-Cuicatlán, una de las más importantes de México por su biodiversidad. El proceso inicia al amanecer: los hombres recogen la tierra, la limpian, la secan y la dejan reposar en agua durante más de dos semanas hasta obtener una masa fina y lista para moldear.
Luego, las mujeres se encargan del bruñido, una técnica ancestral que consiste en frotar la superficie con piedra de cuarzo hasta lograr un acabado brillante. “Una pieza pequeña puede tardar hasta dos horas en bruñirse”, explica Karen García, una joven artesana. “Es un trabajo de paciencia, pero también un momento de paz. Cada pieza lleva parte de nuestro corazón”.
Durante siglos, la comunidad produjo principalmente comales, ollas y cazuelas que se vendían en mercados locales. Sin embargo, a partir del año 2000, con el apoyo del Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías (Fonart), comenzaron a capacitarse para diversificar su producción y crear nuevas piezas con fines decorativos.
Ese esfuerzo rindió frutos: en 2005, Los Reyes Metzontla fue galardonado con el Premio Nacional de Ciencias y Artes, reconocimiento que no solo visibilizó su talento, sino que también permitió construir el Centro Artesanal Comunitario, donde más de doscientas artesanas exhiben y venden sus obras.
Los Reyes Metzontla es hoy un referente nacional de resistencia cultural y creatividad indígena. En cada plato, jarro o figura, se refleja una cosmovisión que une pasado y presente. La comunidad ha participado en intercambios con artesanos de Oaxaca, impulsados por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y la Agencia Japonesa de Cooperación para el Desarrollo, con el objetivo de fortalecer y preservar sus saberes.
“Cada pieza que hacemos es una forma de decir que seguimos aquí”, expresa Adela Cortés, otra alfarera local. “El barro nos da de comer, pero también nos recuerda quiénes somos. Es la voz de nuestros antepasados hecha forma”.
En tiempos donde la modernidad amenaza con diluir las tradiciones, Los Reyes Metzontla se mantiene firme, moldeando con sus manos la historia viva de México. Una historia hecha de tierra, fuego y alma: la de los hijos del barro.